martes, 17 de agosto de 2010

Crónica de una tarde

Humea el mate recién preparado, recién habiendo caído sobre su verde colchón las gotas que, una a una, conforman ese preciso chorro de agua que transforman al mencionado colchón en espuma, esa espuma que ahora humea y espera. Reflejando tu fiel soledad de ser sólo vos quién lo bebe.
Soledad de sentarte frente a ese mate, sobre el cuál cae un rayo de sol que tu ventana dejó pasar, sobre tus piernas tu eterno e infalible cuaderno, y frente a él; vos y alguna birome cualquiera, esas que siempre se pierden y se renuevan.
Soledad que te hace ver, y decir quien sos, te encuentra con tus más grandes silencios y tus más sorprendentes sonidos.
Soledad que te abraza y tantas veces deja algo suyo en tu casa amenazando con volver.
Soledad tan compañera como posesiva...
Y es en ese instante, esas horas de yerba humeante, de sombra sobre la mesa y silencios rotundo, en el cual las campanas de la puerta interrumpen tu ritual. La soledad huye espantada frente a esos ojos que cruzan la puerta...
¿Hacemos mate?
Dale, el mío ya se lavó.

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